
Imaginemos una madre (o un padre, o si me apuras un abuelo o una abuela), llamémosla Ana, que se levanta a las 6 de la mañana, prepara el desayuno, se ducha y revisa que todo esté en orden. Mientras se toma el café atropelladamente comienza a sufrir porque su hija aún no se ha levantado y va a llegar tarde al instituto. Por la cabeza le ronda el problema que tuvo ayer con su compañera de trabajo, así como la angustia por la reunión urgente a la que la ha convocado su jefe para esta tarde. No debe olvidar visitar después a su madre, ya anciana, que no anda muy fina últimamente. Y además, si encuentra un hueco, le gustaría ir al Ayuntamiento, a la oficina del consumidor, porque no entiende el alto importe de la factura del teléfono de este mes, que le descuadra todos los números. Esta semana su marido está de viaje, servidumbres del trabajo, así que tendrá que llamar a alguna otra madre para que se quede una hora con su hijo pequeño, que sale del colegio a las cinco. Y así, más o menos cada día. Y sí, podría ser peor.
Ahora imaginemos a la hija mayor, Claudia. Este año no le van muy bien los estudios, en clase han mezclado a los grupos y ha tenido la mala suerte de que no le ha tocado con ninguna de sus amigas. Hace unas semanas se besó con un chico que le gustaba mucho pero resulta que ahora él hace como si no hubiese pasado nada. Claudia no sabe qué pensar. Por si fuera poco Marta, su mejor amiga, ya no le habla porque resulta que estaba secretamente enamorada del mismo chico, aunque nunca dijo nada, y ahora la odia. Total, que Claudia está sin chico y sin amiga, sola en una clase nueva, nerviosa. El examen de ayer, para mas inri, le fue fatal, ella siempre se había sentido orgullosa de las sus notas y sabe que esta vez suspende sí o sí. Qué pensarán sus padres, joder, qué difícil es todo!. Está inquieta, además, porque por la tarde ha quedado con otro grupo de amigas del barrio en casa de una de ellas y van a probar los porros por primera vez; ella no puede ser la diferente. Y sí, podría ser peor.
Imaginemos que pasa un año. Que algunas tendencias que se dibujan en estos relatos toman el peor de los caminos. Imaginemos que Ana y Claudia están cada vez más abrumadas. Imaginemos entonces la siguiente escena: Ana entra en la habitación de Claudia, que está hecha una leonera. Ana no lo soporta, siente que está fracasando (también) como madre, su hija cada día va a peor. Esta tarde vienen unos familiares de visita y se avergüenza de tener la casa así. Entra en la habitación de Claudia y se pone a ordenar sus cosas. Mientras revuelve trastos se encuentra una bolsa de marihuana. En ese momento Claudia, que ha entrado sin hacer ruido, sorprende a su madre y le espeta, con voz entrecortada, a penas conteniendo la ira:
¡¿Qué haces tocando misss cosasss?!
Y ese es el primer día en que se insultan mutuamente.
En ocasiones utilizamos palabras o conceptos como si fueran un sobre de Frenadol que echas en un vaso de agua. “Usted lo que tiene que hacer es ser más empático”. Ala, ya está. “El problema es que no sabe ponerse en el lugar de su hijo”. Toma ya. “Deben mejorar su comunicación”. Ajá.
Si esta familia pide ayuda y los invitamos a ser empáticos o a ponerse en el lugar del otro, así, tal cual, es posible que a la catarata de sentimientos que ya los agobian les sumemos el de culpa por no “ser empáticos” o por no “ser capaces de entender” al otro. No se trata, en nuestra opinión, de decir qué tienen que ser o qué tienen que hacer. Creemos que podemos ayudar mejor de otra manera. Menos estereotipada, menos relacionada con recetas o palabras de moda, palabras de esas que tanta seguridad nos dan a los profesionales.
La cosa va de crear un espacio en el que sea posible que la empatía se produzca “por si misma”, esto es, un espacio en el que las partes en conflicto puedan hablar libremente y de manera segura de lo que sienten, lo que necesitan y lo que temen. Insistimos: lo que sienten, lo que necesitan y lo que temen. Las soluciones, los acuerdos, las fórmulas mágicas serán consecuencia de eso, jamás prescripción previa. La empatía no es una cosa que se recomienda, es aquello que dará como resultado nuestra intervención profesional.
- Podemos ayudar a las partes a reconocerse como personas que sufren, que no pueden con todo y que tienen necesidades no cubiertas o amenazadas. No ser perfecto nunca debería ser causa de vergüenza.
- Entonces y solo entonces será posible el cambio. Ayudar a mostrar las vulnerabilidad en un entorno seguro: escuchar a tu madre o a tu hijo en una posición diferente, parando por unos momentos la lucha puede ser muy revelador y relajante. Solo entonces las partes podrán reconocerse mutuamente en la emoción y la imperfección del otro.
- Sólo sin culpa podrán ser creativas. Definiendo y comprendiendo bien los problemas propios y del otro podrán empezar a construir sus soluciones, las que quieran y puedan implementar.
- Serán entonces capaces también de adecuar sus expectativas a sus necesidades, de liberarse de la presión de unas expectativas irreales nacidas de vete a saber dónde. Podrán, como mínimo, conseguir una modesta victoria: no sentirse culpables por no ser perfectas, no sentir la necesidad de culpar a otro por no cumplir unas expectativas aplastantes que, en no sé que dichoso momento, todos aceptamos como cadenas.
- Podrán, insistimos, reconocerse como personas. Con todas las debilidades que ello implica, pero también como merecedoras del tremendo respeto que supone, para cada una de ellas, la heroicidad de salir adelante.
Ya, pero entonces, ¿por qué siempre me peleo con mis hijos adolescentes?
En nuestra opinión porque sería imposible no hacerlo. La adolescencia es un periodo de cambio (crisis) en el que el que se vive un duelo por la «muerte» simbólica del niño, duelo que afecta tanto al niño (obligado a demostrarse y demostrar que ya no es un niño) y a los padres (su niño cada vez es menos suyo y menos niño). Es un periodo muy complicado al que diferentes tradiciones han dedicado infinidad de ritos de paso para ayudar simbólicamente acompañar el trance. En nuestra líquida sociedad actual, donde las tradiciones pierden fuerza y cada uno se tiene que inventar las suyas, donde los referentes son dudosos y efímeros, resulta especialmente complicado encontrar el encaje entre las expectativas de todas las partes en el acompañamiento de ese duelo.
Resulta además necesario para el adolescente separarse de los padres. Donde ya no existe una separación simbólica ritualizada, el joven se siente impelido a marcar distancias con sus mayores de cara a reforzar su identidad, necesita imperiosamente conquistar su espacio y ahí una cierta combatividad puede ayudarle.
Por lo tanto el asunto no es tanto lamentarse o sentirse culpable por la existencia del conflicto (que cumple una función simbólica) sino prepararse para manejarlo dentro de unos límites que permitan a las partes no sufrir más de lo necesario y que no supongan en ningún caso daños irreversibles.
Bonus Track
«Los jóvenes siempre han tenido el mismo problema; cómo ser rebelde y conformarse al mismo tiempo«, Quentin Crisp
«La madre naturaleza es providencial. Nos da doce años para desarrollar nuestro amor por nuestros hijos antes de que sean adolescentes«, William Galvin
«Contar a un adolescente los hechos de la vida es como dar a un pez un baño«, Arnold H. Glasow
«La fiebre de la juventud es lo que mantiene al resto del mundo a la temperatura normal», George Bernanos
«Se amable con todo el mundo, pues cada persona libra algún tipo de batalla«, Sócrates
Hola rafa. Muy bueno. Muy interesante, un trabajo muy elaborado… La verdad es que no se casi nada de las funciones que desempeñas. He leído el texto y puedo intuir tu ayuda vocacional en tantísimos circulitos que se forman en el adn familiar. Me encanta ver que parte de tu vida la estés dedicando a engrandecer la calidad del bienestar que hoy día a la inmensa mayoría nos toca vivir.
Difícil tarea la tuya…. Disfrutaría muchísimo explicandote mi version de todo ello al respecto. Pero sería largo y tendido. Sería bonito vernos por el pueblo que nos vio nacer y mantener una charla como mínimo constructiva para ambos. Un saludo vicen