
Trajes a medida
¿Habéis visto la serie Suits? En caso afirmativo, conoceréis a Harvey Specter y no hará falta que hagamos más presentaciones. Si no la habéis visto, probablemente hayáis oído hablar de ella. Es una serie de abogados ambientada en Nueva York. Un despacho de esos con hombres vistiendo trajes de 6.000 $, mujeres con tacones de infarto y perfectamente maquilladas. Un gran despacho en el que se estilan las largas jornadas laborales, la presión y la competitividad. Harvey es uno de los más carismáticos. Siempre impecablemente vestido, hierático, inmune a las presiones de su vida profesional, siempre con una respuesta ingeniosa, infatigable: horas y horas de trabajo, sin vacaciones ni pausas.
Muchos abogados en la vida real –muchos de ellos también mediadores –no visten tan impecablemente ni son tan inmunes a la erosión de su existencia, pero comparten algunas características con sus homólogos neoyorquinos. En el despacho de Harvey quien más quien menos lleva puesta una máscara que le permita subsistir y prosperar en un entorno con mucha presión: manicuras unisex, buena cara, energía inagotable, lenguaje punzante, arrojo y asertividad. Harvey, además, trata de llevar una vida aparentemente saludable: corre y boxea para mantenerse en forma.
Y sin embargo, algo no acaba de funcionar. Las tensiones personales se desbordan de vez en cuando, incapacitando a los protagonistas que, además de profesionales del derecho, son personas. Esta semana vi un capítulo en el que a uno de sus compañeros, Louis, le ha dado un infarto. Y que incrédulo a lo que le acaba de suceder, manifiesta “cuidar su cuerpo como si se tratase de un templo”. Los abogados más exitosos del mundo parecen tratar a su máquina corporal como si se tratase de un Maserati, pero el estrés y la infelicidad son enemigos silenciosos, y los podemos maquillar mentalmente, hasta que nos inmovilizan de repente y sin preaviso.
En los últimos años ha habido un interés creciente por analizar la salud mental de los profesionales del derecho. Los primeros estudios vinieron del mundo anglosajón. Desde una investigación en Australia sobre la salud mental de los profesionales a un trabajo sobre la salud mental del sector legal norteamericano, encargado por la American Bar Association, pasando por la creación del servicio LawCare para tratar los problemas de los abogados ingleses. Elevados índices de consumo de alcohol y tabaco, depresión, ansiedad, estrés agudo, adicciones a drogas… Ese es el panorama que describen las investigaciones.
Harvey Specter parece moverse muy seguro de sí mismo entre sus socios, ante los magistrados, en las entrevistas con los clientes. Como todos los abogados, por supuesto. Y sin embargo… Sin embargo muchos abogados sufren terriblemente antes de entrar en la sala de vistas; otros cargan a sus espaldas con los problemas de sus clientes aunque no tengan una solución legal; otros aun sienten una permanente inseguridad en relación a sus conocimientos jurídicos. Por no hablar de los que cada fin de mes sufren para cuadrar sus números, de los que tienen relaciones tirantes con sus socios, de los se ven forzados a unos horarios incompatibles con ninguna otra actividad o vida afectiva.

Agravante de disfraz
La máscara que llevamos muchos letrados tiene menos glamour que la de Harvey, pero no por ello es menos hermética, tanto ante nosotros mismos como ante nuestros clientes, socios y compañeros. Carentes de una protección social digna de tal nombre, necesitados de ganar cada mes el sustento, los profesionales rara vez nos permitimos dejar de pedalear. El cuestionamiento respecto de la forma en que uno han llevado adelante su propia vida profesional, con enormes repercusiones en la vida personal, es un desafío ante el que muchos miran para otro lado.
Incluso cuando el malestar trasciende y se hace perceptible para quienes están próximos, tiende a generarse un vacío. La caída de una máscara puede provocar la caída de otras. Y por eso, el abogado tiende a sobrellevar sus dolencias en soledad y, si es posible, a no reconocérselas ni a sí mismo.
Y no debería sentirse solo. Los tres ámbitos que los que los abogados sobresalen en cuanto a índices de salud mental son siempre los mismos: la depresión, el consumo inmoderado de alcohol y tóxicos y la ansiedad. No solo quienes se encuentran en alguna de esas situaciones lo saben. Es difícil encontrar un abogado que no conozca algunos compañeros en esas situaciones. Sin embargo, la profesión trata esta cuestión como un tabú: dar una imagen de debilidad es contrario al éxito, tanto ante otros letrados como ante clientes. ¿Qué cliente iba a confiar sus conflictos a un abogado que está en la cuerda floja? Los colegios de abogados apenas están comenzado a tomar alguna medida ante la pandemia.
Las enfermedades/ trastornos/ dificultades mentales son muy distintas unas de otras, como lo son sus orígenes. No obstante, cuando se examinan en el contexto de un grupo profesional surgen algunos patrones. Las extensas jornadas de trabajo y la continua dependencia de resultados –una resolución judicial, por ejemplo –abonan el terreno para el estrés, como lo abona el ejercicio de una profesión al límite de la rentabilidad. Una cultura de despacho cada vez más alejada de los cambios tecnológicos, una vocación muy poco pronunciada, un continuo contacto con el conflicto –a veces insoluble –y con seres humanos en situación de tensión, la limitación en la vida social provocada por los horarios, facilitan el tránsito a la depresión. La necesidad de poner fin a la jornada de forma abrupta antes de prepararse para la siguiente, las largas horas de incertidumbre –económica, profesional –o de espera baldía, la voluntad de evasión y la difícil convivencia con una máscara que va haciéndose cada vez más pesada con los años –como la máscara de hierro del personaje de Dumas –constituyen un caldo de cultivo propio para el consumo de tóxicos o alcohol.
Harvey mantiene una vida social y sentimental tempestuosa. Pero no todos los abogados tienen la energía necesaria para cultivar ese contrapunto. La mayoría sufre en silencio, incluso una vez han tomado una vaga conciencia de estar viviendo una existencia que les causa dolor.
Marca de la casa
Uno de los motivos de este silencio es el estigma asociado a la enfermedad mental. Un estigma era, en la edad media, una marca a hierro candente que se ponía sobre la piel de un criminal para que pudiera ser identificado como tal allá donde fuera. Desde el punto de vista contemporáneo de la aceptación social, un estigma es un elemento devaluador, que degrada la categoría de una persona antes sus semejantes. El estigma se manifiesta en tres aspectos del comportamiento social: el estereotipo (el acuerdo generalizado sobre lo que representa a un determinado grupo de personas), el prejuicio (la experimentación de reacciones emocionales negativas en forma de actitudes y valoraciones) y la discriminación (un comportamiento activo de rechazo). Para evitar esa marginación, el abogado doliente se enmascara.
En el caso de los abogados, el estigma puede tener un doble origen. Por un lado, al abogado exitoso se le presupone la imperturbabilidad que caracteriza a Harvey Specter: alguien frío y razonador, capaz de situarse por encima del conflicto y desde allí encontrar el enfoque legal más conveniente para los intereses que defiende. Un profesional que padezca un trastorno mental queda situado inmediatamente fuera de este canon. Por otro lado, como en otros colectivos profesionales, pero tal vez con menor justificación, la abogacía ha desarrollado una propia concepción vinculada a valores nobles de amplia aceptación social (la justicia, por ejemplo), que de por sí deberían justificar los sacrificios que realiza. La apreciación social, sin embargo, discurre por otros derroteros. Los abogados que sufren las dolencias mentales constituyen un desafío para la propia concepción de sí mismos que tienen los demás y tienden a no hacerse notar y, si se hacen notar, a no ser vistos.

Abogar por uno mismo
Este factor característico de los abogados, la aceptación en silencio y soledad, tiene amplias repercusiones personales y colectivas. Frente a otros grupos profesionales, los Harvey Specter de carne y hueso suelen silenciar sus problemas, no ponerlos en conocimiento no solo de sus pares, por temor al descrédito que dicha apertura pueda comportarles, por no aparentar debilidad, sino también ante terceros. El abogado es reacio a acudir en busca de ayuda terapéutica, a afrontar las causas profundas de su malestar, a sacar a la luz sus temores. A veces, lleva una vida que no le permite siquiera el tiempo de cuidarse.
No queremos haceros un spolier. Pero al cabo de unas cuantas temporadas incluso Harvey Specter comienza a sufrir ataques de pánico y visita a una psicóloga. La máscara se resquebraja. Ello no le impide seguir siendo un tipo ingenioso, elegante y completo. Nos está llegando el momento también a nosotros de comenzar a tomarnos en serio nuestra salud mental, nuestros miedos y nuestras frustraciones. Se avecinan grandes cambios en la visión que el abogado tiene de sí mismo. Vamos a seguir hablando de ello en futuros posts.
Este post está muy dedicado a mis colegas de profesión, es cierto. Hace unos años me acerqué, y sigo vinculada a estudios de terapia familiar sistémica. Descubrí, sorprendida, que en otros colectivos profesionales (psicólogos, trabajadores sociales, médicos) se tiene más en cuenta el estado emocional del profesional, porque se da por supuesto que en los trabajos con otros seres humanos en conflicto, en crisis, el desgaste psíquico está asegurado. En estos entornos profesionales cabe una supervisión del trabajo que va más allá de la mera supervisión de casos. Me gustaría pensar que este soporte a la salud emocional de los abogados es posible antes de que se den circunstancias dramáticas que nos paren en seco. Desde conflictópolis estamos pensando en ello.
Y vosotr@s, ¿qué hacéis para superar un mal día en el trabajo?, ¿qué tensiones ocultáis detrás de la máscara?
Deja un comentario