
La neutralidad me es difícil, os lo tengo que confesar. Buscando el origen de la palabra, resulta que proviene del latín neuter y significa ni uno ni lo otro. Pues a mi que me perdonen, pero siento antipatías y simpatías en mi vida. Creo que seguramente vosotros también, si no sois robots. Sentir que eres más o menos afín con tus congéneres es humano. Nos pasa con nuestra familia ( chic@s, se acerca peligrosamente la Navidad…), con los compañeros de trabajo y en las reuniones de la comunidad de propietarios. Un caso extravagante de simpatía que a priori no venía muy a cuento me sucedió recientemente con dos clientas detenidas, como abogada del turno de oficio penal. Eran culpables de los delitos por los que estaban detenidas. Para que me entendáis: son delincuentes habituales. Asumían los hechos, no me venían con milongas. Me da mucha rabia cuando un cliente me intenta engañar. Es una estrategia que algunos clientes utilizan, pero a mi no me gusta. Estas clientas asumían los hechos, agradecían mi presencia y me explicaban cosas sobre su vida; pero no para justificar sus hechos, ni para darme pena, simplemente de persona a persona. La cuestión es que establecimos una relación breve pero personal. Me cayeron bien, y creo que yo a ellas. También soy consciente de que podían estar haciendo un papel. Que sus sonrisas podían ser una especie de máscara para obtener algún tipo de ventaja con la abogada. Vete tú a saber. También tengo que decir que he sido víctima habitual de hurtos, que era el motivo por el que estaban las señoras detenidas, así que en primera instancia, no tengo una simpatía natural hacia los carteristas. Esta simpatía que sentí ejerciendo el rol de abogada por estas delincuentes me hace pensar en todo caso en cómo se puede establecer un vínculo, aunque sea breve, con otro ser humano, a pesar de juicios jurídicos y morales. Pero la pregunta que me hago es: si un cliente me cae francamente mal, ¿voy ha hacer mi trabajo igual de bien? O dicho de otra manera, ¿dónde acaba el profesional y empieza el robot?
Esta afinidad con una parte también pasa mediando un conflicto: te puedes sentir más cercano a una de las partes, más próxima a su forma de ver el mundo. A veces, también puede suceder que una de las partes te caiga francamente mal. Como mediador estás frente a dos partes enfrentadas y trabajas para ambas. Te debes poner el traje de la imparcialidad, no estás ahí para juzgar ni para defender una posición, ni para ser el hincha de nadie. Las partes saben y conocen la existencia de ese tipo de relación que toma partido. El mediador está ahí para ofrecer algo diferente. Y uno de los pilares es esa neutralidad: ni uno ni lo otro.
Quizás el ni uno ni lo otro pueda significar que no te quedas con ninguno. Pero, ¿y si significa con los dos? ¿Qué hacer cuando comprendes la forma y el mundo de una de las partes, pero no entiendes la otra? Me encantó aquello que nos explicó Javier Wilhelm la lejía es neutra, los mediadores no. Efectivamente, lo primero que se necesita es tener conciencia de que esto puede suceder, que habrán momentos en los que en tu fuero interno te vas a decantar por una de las partes. La cuestión es que esa afinidad o esa antipatía no comprometan con tus intervenciones el buen curso del proceso de mediación.
¿Qué hacer entonces?
1) Por lo menos ser conscientes: Lo más peligroso tal vez sea reprimir según que ideas por creernos robots implacables e insensibles y que la pérdida de la neutralidad y de la imparcialidad se nos acabe «colando» contra nuestra voluntad (y sin absolutamente ningún control por nuestra parte)
2) Actuación equilibrante: un caucus (sesión privada con una de las partes en mediación) con el que te sientes más lejano, abordándolo desde la curiosidad. «Soy consciente de que no me gusta tu forma de ver el mundo, pero quiero entender como se construye tu forma de ver el mundo, para ayudar a la otra parte a entender tu forma de ver el mundo y viceversa». Vaya lío. Este trabajo de mediar vuelve un poco loca.
3) Supervisión: ¿por qué es importante? a veces nos atascamos, a veces no vemos matices, a veces tenemos que ampliar el foco de lo que estamos viendo en un caso. A veces se mueven cosas nuestras en una mediación.
4) Hacerte preguntas tu mismo: ¿Qué narrativa imperante hay en mi cabeza para que me suceda lo que me sucede? Es una cuestión de género, me cae bien él porque me recuerda a mi primo el del pueblo? ¿es por qué tengo una amiga que lo está pasando francamente mal porque se está separando y está en la misma situación que la mujer que tengo delante? etc.
5) Controla (un poco) la sentenciosidad-moralista-inconsciente de tus frases: Que tu forma de ver el mundo no contamine en exceso o de forma bestia el caso y no inocular ideas que no son de ellos. Que en las intervenciones no se establezca un patrón de lo «normal», que pueda influir en la toma de decisiones de ellos.
Conclusiones inconclusas
Trabajar con personas es tan bonito como difícil. En todas aquellas profesiones donde juega un papel la subjetividad y la intersubjetividad hay algún momento en el que lo que está en juego somos nosotros mismos. Enfocándonos concretamente en el ámbito de la mediación se me ocurren un par de apuntes finales, para ir concluyendo el post e ir invitando a la reflexión.
Por un lado pienso que si hemos de trabajar con dos versiones, se trata de no ser la lejía Neutrex que todo lo aclara, que todo lo homogeiniza, sino más bien de ser detergente Micolor, que acentúa los colores existentes y les permite recuperar su brillo.
Y por otro es que en estos tiempos en que a los humanos parece que nos empujan a ser cada vez más parecidos a los robots, tiene su gracia que nos alegremos de que los robots se parezcan cada vez más a las personas.
😉
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