Sí, la realidad que percibimos es real para cada uno de nosotros. Pero cada uno percibe la que percibe. Y las consecuencias de este aserto son innumerables.
Hoy os quería explicar una anécdota que viví el otro día, humilde pero no por ello menos esclarecedora. Me encontraba en la Oficina de Extranjería acompañando a dos clientes. Ellos son una pareja de argentinos, ambos arquitectos. Tras agotar las conversaciones recurrentes y los lugares comunes para pasar el rato de espera hasta ser ser atendidos, nos quedamos en silencio. Ellos continuaron hablando de sus cosas, yo empecé a observar el lugar, el ambiente, y otros usuarios de la Oficina. Me dí cuenta de que habían muchas personas de distintas procedencias, obvio, y también de que habían muchos niños pequeños y bebés. Mi pensamiento posterior fue intentar comprender porqué. ¡Ah! Ya sé, deben estar aquí haciendo las autorizaciones de menores. ¿De padres ciudadanos comunitarios? ¿De extranjeros de otros países? ¿Cuál es el formulario para unos y para otros? ¿Qué documentos necesitan para cada caso?, y bla, bla, bla. Mi mente estaba intentando comprender la realidad que se presentaba ante mis ojos desde mis ojos, desde quien soy yo, desde mi dedicación profesional,desde mi experiencia, desde mi sensibilidad. En un momento dado veo que ellos miraban el techo, señalaban y comentaban entre ellos, negaban con la cabeza, dibujaban formas con sus manos. ¿Estáis observando el techo desde vuestra visión de arquitectos? Les pregunté. Efectivamente, estaban evaluando la chapuza que en su opinión, habían hecho los operarios al colocar los aires acondicionados. A su entender, las salidas del aire de las mencionadas máquinas deben estar colocadas de una manera armónica, que sumen al conjunto del espacio una nota más a un buscado resultado estético. También me hicieron notar la falta de estilo de los acabados de la pintura en las juntas de las paredes y el techo, etc. Ellos me iban explicando, y yo, al ser guiados por ellos pude empezar a entender una realidad del espacio que compartíamos que era, a priori para mi, inexistente. Se dibujó ante mis ojos una nueva realidad que había estado conviviendo con mi realidad observada de niños de diferentes procedencias indocumentados, realidad que yo les expliqué y que les pareció también muy interesante, puesto que sus ojos no se habían posado sobre esos pequeños; cada uno de ellos tendría un tipo de tarjeta, un tipo de definición dentro de las leyes de extranjería.
Al salir de la cita, recordé vívidamente un capítulo que leí del libro «¿Es real la realidad?«, de Paul Watzlawick llamado Planolandia. Es Planolandia una novela corta publicada en 1884, por Edwin A. Abbott, reverendo inglés aficionado a las matemáticas en la que el protagonista es un cuadrado que vive en un mundo bidimensional, es decir, que solo tiene longitud y anchura. Para él y los habitantes de ese mundo es inconcebible otro mundo, como es normal, SU mundo es su realidad y una tridimensionalidad les resulta inadmisible. El protagonista tiene un sueño muy perturbador en el que viaja a un mundo unidimensional, Linelandia. Allí, nuestro cuadrado intenta explicar a los moradores de ese mundo ( puntos y rayas) cómo es su mundo, trabajo inútil y que exacerba a los habitantes unidimensionales, que intentan acabar con él, por ser absolutamente incomprensible e intolerable la existencia del cuadrado y a la vez, la posibilidad de ese mundo. Posteriormente el protagonista está ayudando a su nieto a hacer ejercicios de matemáticas, y el pequeño cuadrado le propone a su abuelo la posibilidad teórica de un mundo tridimensional, a lo que él, responde con la misma incomprensión e intolerancia que los habitantes unidimensional: este niño está atontado, ¡¡qué bobadas son esas!! . Sin embargo, nuestro cuadrado tendrá posteriormente una experiencia que podríamos calificar de mística, en la que se relaciona con una esfera, ser tridimensional que aterra a nuestro cuadrado, y que siente, ante el contacto con ese ser sobrenatural ( porque la naturaleza es para él su mundo) calificando la experiencia como locura o infierno.
Desde luego a mi no me pareció ni la locura ni el infierno el espacio dibujado por los arquitectos, pero a un nivel micro, la anécdota vivida con ellos me hizo vivir la realidad de las realidades paralelas que todos vivimos, constantemente.
Lo que percibimos con nuestros sentidos, nuestra experiencia y acervo se convierte en nuestro mundo. Somos máquinas de crear realidad, nuestra realidad, de dar sentido y valor a lo que hay fuera, para poder comprenderlo, y es un proceso subjetivo, que en parte bebe de lo social ( familia, adscripción política, etnia, nación, equipo de fútbol del que somos seguidores….)
Nosotros, amigos del conflicto, vemos constantemente estas realidades vividas entre las partes de un desacuerdo.Podemos saber que la realidad es parcial: la nuestra, la de los otros, y por ende la de las partes también lo es. ¿Podemos ayudarles a abrir su perspectiva a la realidad del otro? Ese es el reto. ¿Ello significa que han de ser comprensivos, abiertos y empáticos aunque vean deleznable a la otra parte? … a veces será posible, y a veces no. Surge entonces otra pregunta: ¿Hace imposible la no comprensión de la realidad del otro el llegar a un pacto? Quizás no, si podemos re-enfocar hacia la TOLERANCIA. El pactar desde la tolerancia ( no pienso como tú, no coincido con tus planteamientos o bien tu forma de vivir nuestro conflicto, peeero, respeto que eres diferente a mi, y tolero tu forma de ser; incluso soporto algo que no tendría que soportar porque soy tolerante) es una opción que se puede hacer servir para plantear a las partes un acuerdo desde una posición diferente. Desde el no te comprendo, pero quizás entendiendo que mi verdad es subjetiva, y voy a tolerar tu verdad.
Pensamos que es muy interesante en un proceso de gestión de conflicto dar un lugar a los sentimientos, a que pueda surgir la empatía entre las partes y se reconozcan como personas. Pero ese reconocimiento puede no darse. O puede darse, pero no ser suficiente. Se puede atacar un conflicto desde lo emocional, y sus beneficios son claros. Pero también se puede atender desde lo cognitivo, desde los valores, desde las ideas que nos conforman. Este sería el caso de la tolerancia. No es un ejercicio fácil. Y además no es obligatorio. Puede perfectamente darle a uno la gana no ser tolerante con según que circunstancias,con según que personas, o no ser ni tolerante con seguir un proceso de mediación. Y bien está. Pero ese ya es el tema de otro post. Me pregunto que les hubiera pasado a los personajes de planolandia si hubieran tenido una mirada más tolerante, también más curiosa hacia la locura que se les presentaba de seres de otras dimensiones ( oh, ¿pueden existir seres que viven en otra dimensión?, ¿tolero la ruptura de mis ideas previas, del mundo unívoco que creía que era la totalidad de lo existente?….).
Por cierto, que el resultado en extranjería para los arquitectos argentinos fue favorable y rápido. Me encanta que los planes salgan bien, yyyyy me encanta decir » soy intolerante al gluten»… me da paz de espíritu poder decir en voz alta «soy intolerante«…que queréis que os diga, cada uno tiene sus desahogos…
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