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Domingo de Misa

7 de noviembre de 2019 por FarriLi 4 Comentarios

Modas, costumbres, rituales

Para mi generación y los que son algo más jóvenes el domingo por la mañana se ha convertido en sinónimo de deporte. Algunos se gastan mucho dinero en bicis semiprofesionales, otros van a correr, los hay que nadan y los hay que hacen las tres cosas, por lo que el número de triatletas principiantes cuarentones no para de aumentar. Yo de momento sintonizo con menos esfuerzo con otra moda más clasicona: el domingo como día de reunión con amigos o familia alrededor de unas cervecitas, unas patatas bravas, unos boquerones o lo que se tercie. De hecho estas dos costumbres conviven muchas veces en armonía: gente que tapea y cervecea y gente que “triatletea”, actividades todas al aire libre que para algo vivimos en el país con el mejor clima del mundo.

Me he resistido mucho tiempo a la nueva tendencia del deporte dominguero. Pero el destino es caprichoso y cuando estaba a punto de sucumbir a sus encantos y substituir cervezas por abdominales, me he encontrado con una nueva actividad para las mañanas de mis domingos: la misa de las 11. Y es que mi hija mayor ha decidido hacer la comunión.

Bendita ignorancia

Los pequeños participantes de la misa de niños están sentados en corro frente al altar. Uno de los catequistas de mi hija se llama Federico. Es un muchacho negro, siempre poseído por una hiperactividad alegre, con hechuras de rapero y una sonrisa perenne y amplísima que parece no caber en su menudo cuerpo. Contrasta con las otras catequistas, mucho más parecidas a las que recuerdo de mi época. Cosas que cambian y cosas que permanecen. La vida a veces rima en asonante y otras en consonante, pero la rima siempre está ahí por si se la quiere escuchar.

El contraste más espectacular viene a la hora de las ofrendas. Dos niños algo mayores, de unos 11 o 12 años son los encargados de llevar el pan y el vino frente al altar. El mayor de ellos no acaba de cuadrar con el protocolo esperado: viste una moderna sudadera en cuyo centro reza, con letras grandísimas la palabra “FUCK”. Nadie parece vivirlo como una provocación, tal vez ninguno sabemos inglés o tal vez estamos ya muy acostumbrados a estos contrastes. La actitud del niño no es provocadora, es de servicio, de compromiso con lo que está haciendo, y lo que “reza” en su sudadera ya puede decir “misa”.

Veo al cura, por lo general bastante estricto, tomar del ofrendante el cáliz con benevolencia, ajeno absolutamente al mensaje de la sudadera. Siento unas ganas irrefrenables de hacer una foto. Veo en esa imagen más explicaciones de mi época que en un millón de sesudos ensayos gafapásticos. Pero me corto. Soy demasiado lento disparando con el móvil. Demasiado viejoven tal vez.

Derecho a decidir

En su momento mis padres no me preguntaron si quería hacer la comunión. Era la costumbre, lo normal, lo que tocaba, lo que se hacía. El mundo de mi infancia era menos líquido a lo Bauman, por lo que conservaba, aunque algo desnaturalizadas, algunas de las costumbres que habían estructurado nuestra vida en sociedad durante muchos años. Recuerdo que un pequeño drama que pasábamos todos los niños era el de no poder invitar a nuestros amigos a nuestra comunión, porque todos estábamos a su vez comulgando. Recuerdo también que por ello, a parte de a familiares, solo pude invitar a dos personas elegidas por mi: mi entrenador de baloncesto y un amigo cuya familia era militantemente atea. Recuerdo intensamente el sentimiento que despertaba entonces la situación de ese niño en mi: me daba pena que no pudiese hacer la comunión, me parecía extraño que fuese tan “diferente” y pensaba, sin lugar a ningún género de dudas, que su situación era rara, era peor, era extravagante y, en consecuencia, debía sentir por el pena y algo de compasión.

El caso es que toda una vida después, convertido yo a su vez en padre, tampoco le he preguntado a mi hija mayor si quiere hacer la comunión: he dado por hecho que no, puesto que los tiempos cambian y lo que era norma es hoy excepción y viceversa. Ninguno de los amigos de mi hija hace la comunión, ni tan siquiera ha sido un tema comentado entre los padres. Las costumbres, en positivo (obligación de hacer) o en negativo (obligación de no hacer) tienen una fuerza terrible y parecen poseer la inercia de mil elefantes resbalando torpemente sobre el hielo.

Pero he aquí la sorpresa: resulta que un día mi hija nos dice que sí, que quiere hacer la comunión. Y de repente nos sentimos como mi amigo de la infancia pero al revés. ¡Pero si nadie la hace! ¡Pero si son dos años de catequesis y ya ha pasado casi el primero, ya no estamos a tiempo!¡Pero para qué quieres hacerla! pero…¿Cómo se lo explicaré a mis amigos y familiares?

Qué hace un chico como tú en un sitio como este: bienvenidos al mundo de los raros

Me está llamando muchísimo la atención lo raro que me he sentido en algún momento explicando la decisión de mi hija de hacer la comunión. Me he visto en la obligación de defenderla y de defenderme, de justificarme al fin y al cabo. La rueda del tiempo gira y lo que era arriba es abajo y viceversa con sus ligeras variaciones, puesto que rima no es repetición. Lo que antes era raro ahora es normal, lo normal es raro. A veces me pregunto si lo verdaderamente revolucionario es no ser revolucionario cuando la moda es ser revolucionario. Pero para no liarme y por simplificar: cuando yo era niño lo normal era una cosa y ahora que soy padre lo es la contraria. Y siempre, en este asunto y en todos, existe formas de hacer las cosas que casan con lo mayoritario y formas que no.

A veces pienso en la frase del Marx simpático, aquello de no querer pertenecer a un club que te acepte como socio.

Otras veces pienso en la necesidad que tenemos todos de ser aceptados por el grupo y de hasta que punto somos capaces de desdibujarnos como individuos con tal de fundirnos en las seguridades de lo colectivo, de lo normal, de lo que es tendencia.

A veces pienso, en definitiva, que no hay mayor dictadura que la de lo “normal” en cada momento histórico. Que los ropajes de lo obligatorio cambian, que las máscaras de la intolerancia adoptan diferentes formas, que la lucha por el desarrollo libre e individual se libra contra enemigos diferentes en cada generación y pienso, sobretodo, que ojalá hiciésemos caso al poeta y fuésemos capaces no solo de hacer camino al andar, sino de disfrutar de la infinita riqueza de la variedad de caminos al andar que pueden existir.

 Y ahora, el sermón: lo más revolucionario es respetar al que piensa diferente

Tal vez exagero un poco, tal vez no me he angustiado tanto. Tal vez. Pero en estos tiempos de polarización segmentada por las inteligencias artificiales de facebooks y demás dictadores tecnológicos, donde tendemos cada vez más a agruparnos con los iguales, con los míos, con los únicos y auténticos poseedores de la verdad, con los que tienen/tenemos razón, me resulta perentorio invitaros a la duda, al contraste, al disfrute de las singularidades.

Los mediadores trabajamos con personas que piensan diferente entre ellos y, las más de las veces, muy diferente a nosotros. Pero en nuestro trabajo hemos de ser neutrales. Y eso, que a veces resulta muy esforzado, con el tiempo me ha enseñado otra cosa, también puede resultar beatífico: librarte de la necesidad de juzgar al otro, escucharlo (insistimos una vez mas) para comprenderlo, ver a cada parte en un conflicto como una persona fruto de sus circunstancias, jugando a víctima o a verdugo, pero en cualquier caso lleno de potencialidad de cambio.  Tener la oportunidad de ayudar a las partes en conflicto a entender que les pasa es tremendamente gratificante. Acompañarlos en su intento de cambiar para mejorar su situación de conflicto es aún más gratificante. Y, ¿sabéis una cosa? Ese cambio casi siempre empieza por recuperar la seguridad en uno mismo que permite, a su vez, volver a respetar al otro.

Ese otro que piensa y que obra diferente y que nos da algo de miedo.

Tal vez porque nos hace dudar de nuestras propias certezas.

 

 

 

Archivado en: Babel Etiquetado como: comprender, conflicto, educar, mandatos familiares, mediación, mediador, persona, religión

FarriLi

Sobre el autor

Rafa Llinás, alias FarriLi, es psicólogo, psicoanalista, mediador y divulgador de la mediación. Padre, marido, hermano mayor, hijo...

Puedes conocerle mejor visitando su archivo de publicaciones.

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Comentarios

  1. David dice

    7 de noviembre de 2019 at 21:40

    Me encanta el final, el próximo pon un poco de proces!!!!jajaja.
    A y por favor si vuelve con la sudadera haz la foto que ganas el pulizer.

    Responder
    • FarriLiFarriLi dice

      13 de noviembre de 2019 at 15:26

      Quiero que salgan a la venta ya las gafotas con cámara incorporada!

  2. Arcano VIII dice

    3 de diciembre de 2019 at 16:26

    Interesante artículo sobre una situación no infrecuente. No digo que sea su caso, pero sí el de algunos padres no creyentes que envían a sus hijos a centros concertados de órdenes religiosas, donde adoctrinan a los niños de forma más o menos velada.
    Cuando comenta su propia comunión habla de la fiesta,de los invitados y la lástima por el niño que no hace lo mismo que los demás. ¿ Creía de verdad en la transustanciación?
    No hace falta justificarse por nada porque ya vale todo. El pensamiento líquido se ha vuelto gaseoso.
    «Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros» (Marx, Groucho)

    Responder
    • FarriLiFarriLi dice

      5 de diciembre de 2019 at 15:00

      Me ha encantado lo de que «el pensamiento líquido se ha vuelto gaseoso». Y me ha llevado a preguntarme si escribir sobre las ventajas y desventajas de cada uno de los estados de la materia!

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