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Días Extraños

22 de octubre de 2019 por FarriLi Deja un comentario

He pasado unos meses raros, como viviendo provisionalmente, como esperando un momento mejor para tomar decisiones, para volver a escribir, incluso para volver a disfrutar de las cosas que me gustan. El motivo de determinados tránsitos vitales rara vez es único y a veces es incluso indescifrable. En un año sin fumar me ha cambiado algo el carácter, he tenido que tomar otras decisiones vitales, me he visto abrumado por responsabilidades profesionales y personales, he pospuesto proyectos. En fin, he vivido un poco sin vivir en mí, que diría aquella. El caso es que a veces lo intrapersonal rima un poco con lo social, con el contexto histórico e incluso físico en el que a uno le toca vivir. Y mi sensación de espera, de provisionalidad, ha rimado mucho con el estado general de este trocito de nuestra época: presidentes eventuales, crisis que se anuncian y no acaban de llegar, calma antes de las sentencias, incertidumbres que predicen caos y una fina pero permanente sensación de que todo lo importante está por llegar y que nuestro día a día es solo espera. Craso error, pero eso solo lo sé ahora, aunque ese es otro tema.

Hoy nos vemos obligados a hablar de Barcelona, que, cosas de la vida y hablando de rimas, podría adoptar sin despeinarse el nombre de nuestro blog: Conflictópolis.

La estética del caos

De lo que está sucediendo en Cataluña estos días creo que lo que mejor define nuestra época es la constatación absoluta de la victoria de la imagen, de lo visual, sobre cualquier forma de pensamiento, por pobre que este sea.

Cada cual según sus filias y sus fobias, o incluso sus parafilias y sus parafobias, recibe infinidad de memes, videos, fotos y viñetas de los de su bando, imágenes todas de alta calidad merced a las cámaras de un millón de mega píxeles que todos llevamos (innecesariamente) en nuestro bolsillo. A mi personalmente me tiene desconcertado la cantidad de imágenes que se generan y como se utilizan incansablemente para arrimar infinitas ascuas a infinitas sardinas. Desde los posados para instagram de modelos provocadoras, a las cruentas fotos de agresiones o destrozos, a las coloristas imágenes de manifestaciones. Sorprende sobretodo la calidad de las fotos de humo y fuego en medio de la noche. Las fotos nocturnas de los Iphone han mejorado una barbaridad.

El relevo generacional: ¡No es (solo) la independencia, estúpido!

Una cosa que ha llamado mucho la atención de las imágenes de estos días ha sido la presencia mayoritaria de gente joven o muy joven en todos los eventos, especialmente en aquellos de mayor intensidad. Hay una generación que necesita hacerse oír y a la que se ha engañado de una forma absolutamente demencial. Y no, no hablo del engaño y las falsas promesas de los líderes independentistas, que también, hablo del engaño absoluto por parte de todos sus mayores: “estudia y tendrás un futuro” hace tiempo que no es una verdad. Que el derecho a la vivienda digna esté recogido en la constitución da vergüenza ajena, que los jóvenes se vean abocados al paro o al subempleo, formando la base de un “precariado” cada vez más numeroso supone un fracaso colectivo como sociedad. La mezcla de frustración y falta de esperanza en el futuro, al más puro estilo punk ha rezumado en muchas de estas imágenes que se han ido paseando estos días por nuestras retinas. Y en Cataluña, a diferencia de otras partes de las Españas, esta frustración ha encontrado en la muerte del enésimo relato mentiroso, el combustible necesario para explotar.

Todos jueces, todos periodistas

Los psicólogos hemos escuchado muchas veces decir “yo no necesito un psicólogo, prefiero un colega/peluquero” o también cosas como “yo es que soy muy psicólogo/a”, en un sutil pero incesante intrusismo laboral que poco a poco ha ido haciendo aún más mella en nuestra ya de por sí poca autoestima como profesión. He de reconocer con gran sorpresa que con mi otra profesión ha pasado un fenómeno similar, pero con muchísima más celeridad: me he cansado de escuchar a todo el mundo diciendo que eso de mediar es fácil, que ellos siempre median en su trabajo, en su casa o donde se precie, que todo es mediable y todo el mundo es muy comprensivo. Pero esa moda ha pasado rápido. Ahora ya nadie presume de ser ni quiere ejercer ni de psicólogo ni de mediador. Ahora lo que está de moda es ser juez y periodista.

Todo el mundo va a la caza de la foto definitiva, aquella que sea capaz de capturar de una vez por todas la verdad, pero no para ganar un Pulitzer sino para ganar al otro, para tener razón, para tener la razón definitiva. Infinidad de microbandos luchando por capturar la verdad en una imagen, infinidad de iphones que convierten a cualquiera en periodista, infinidad de documentación gráfica al servicio de nuestro juez interior para que nosotros y los de nuestro bando demostremos, por acumulación de pruebas, la verdad. Pero, ¿se puede acaso capturar la verdad en una foto? Y, sobretodo, ¿qué verdad? No se vosotros pero yo a veces tengo muchas y otras ninguna.

Todos Anacleto, agente secreto

Por un lado se da un fenómeno super curioso: mucha gente intenta presumir de tener fuentes secretas con información exclusiva y novedosa sobre las verdades verdaderas de lo que está ocurriendo. En un grupo de whatsapp tal han colgado esto, en el de telegram dicen, en un foro que sigo saben, una fuente desde dentro me dice, y así hasta el infinito, en una loca carrera por demostrar estar más informados que el vecino. Este fenómeno es super entendible: en tiempos de incertidumbre ser heraldo portador de certezas, por sospechosas que sean las fuentes, alivia y da lustre al portador.

 Pero hay otro fenómeno relacionado con el espionaje que me inquieta un poco más. Cuando alguien me pregunta que qué opino sobre lo que está pasando estos días en Cataluña me dan ganas de cambiar de acera. En un porcentaje elevadísimo de ocasiones la pregunta obedece a dos intenciones que se me hacen muy extrañas: o quién me la hace quiere confirmar que soy de su bando y relajarse o quién me la hace quiere confirmar que no soy de su bando para señalarme lo equivocado que estoy. La sensación de estar constantemente pasando a sutiles listas mentales de afines o sospechosos es un soberano coñazo. Lo que me encuentro menos de lo que me gustaría es gente a la que le interese saber lo que pienso yo por saber lo que pienso yo en sí mismo, como persona singular, como persona diferenciada del resto y con una opinión que es imposible que coincida al cien por cien con la de nadie porque cada persona es única y diferente. Lo realmente valioso es encontrar a alguien que quiera escucharte para entenderte y no para juzgarte. Cuando los tiempos apretan hacia la uniformización, hacia la toma inequívoca de posiciones, es cuando más vale la pena individualizar y defender la singularidad de cada persona y su derecho a pensar lo que le dé la gana.

A veces parece como si, sutilmente, todos nos espiásemos unos a otros para ir entendiendo quién está con quién, quién es de quién, quién es recuperable y quién está perdido del todo para la causa. El juez y el periodista dejan paso entonces al espía. Y eso es una cosa que acojona, por sutil que sea. Porque me resulta difícil imaginar una guerra que no estuviese precedida por estas sutilezas. Porque hay una cosa que los mediadores sabemos bien. Cuando solo importa tener razón y se decide que verdad solo hay una, la única solución es la guerra.

El conflicto no es bueno ni malo: el conflicto es inevitable.

El tema es qué hacemos con el conflicto, como lo gestionamos, en qué transformamos su energía. Lo tenemos muy claro los que nos dedicamos profesionalmente a esto. Y sí, podemos tener miedo a veces, porque el ruido o la violencia asustan y somos humanos con derecho a temer las amenazas a nuestro cuerpo, nuestra hacienda o nuestros sueños. ¿Servirá para algo tanta efusividad, tanta frustración y tanto destrozo? Pues depende. El conflicto es una fuerza transformadora que nos ha sacado de las cavernas y que igual toma forma de genocidio que de conquista de la luna. No hay que temer el conflicto porque temerlo invita a ocultarlo y a posponerlo. Esa ocultación suele derivar en el incremento de la energía del mismo y claro, cuanta más energía, mejores manos harán falta para manejar su potencial transformador. Y sí, por decirlo fino, no estamos en las manos de gente muy diestra precisamente. Y no, los políticos no lo arreglarán porque la naturaleza del político es antinómica con la de la mediación. Pero el resto, todos y todas, en la suma de nuestras cotidianidades, en la aparente pequeñez de nuestros gestos diarios, en cada elección entre una sonrisa y un desprecio, entre una palabra que cure y una que inflame, decidiendo disfrazarme de cuñado sabelotodo o de beatífico ignorante que deja espacio al otro, en cada intento de individualizar o en cada caída en la generalización absoluta polarizadora, en nosotros y nosotras está, insisto, como siempre ha estado, la responsabilidad sobre el resultado de este y de todos los conflictos sobre los que transcurren nuestras brevísimas y a veces maravillosas existencias.

Por si acaso, mi frase favorita, para no caer en el pesimismo y mantenernos en la sonrisa

“Todo tiene un final, menos la salchicha, que tiene dos”

Archivado en: Babel Etiquetado como: comprender, conflicto, guerra, mediación, paz

FarriLi

Sobre el autor

Rafa Llinás, alias FarriLi, es psicólogo, psicoanalista, mediador y divulgador de la mediación. Padre, marido, hermano mayor, hijo...

Puedes conocerle mejor visitando su archivo de publicaciones.

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