Ahora que llega el calor, y que a mi particularmente me nubla el entendimiento a no ser que esté cerca de una piscina o del mar, quería recuperar una película que cuando la vi me gustó mucho, pero que revisionada para poder escribir este post me parece imprescindible si queremos reflexionar sobre como pensamos, como deliberamos y como podemos acercarnos a decisiones más justas.
Y ¿por qué me he acordado de esta película? Imaginad el día más caluroso del año en Nueva York. 12 hombres tienen por delante un trabajo complejo: decidir si un joven de 18 años, nacido y criado en un arrabal, con una familia desestructurada e inmersa en violencia doméstica habitual, es culpable de haber matado a su padre. Son el jurado popular que ha de determinar por unanimidad si él ha perpetrado el crimen, y en caso afirmativo esa decisión supone que acabará sus días en la silla eléctrica, sentencia ineludible en el homicidio en primer grado. Tras 6 días de juicio, los integrantes del jurado parecen tener bastante claro que el joven es culpable. Los testigos fueron claros y contundentes en sus declaraciones, el arma es muy singular y la coartada del joven no es verosímil. Parece que para todos los integrantes del jurado el dictamen es obvio, el chico es culpable. Y también parece que va a ser fácil salir de esa sala en la que les han encerrado bajo llave hasta que la decisión última, guilty or not guilty esté tomada. Toda esta apariencia de que se ha seguido un proceso justo, formalmente impecable y el asunto no supone incertidumbre en los 12 elegidos se trunca en la primera votación, cuando el Jurado nº8 rompe la aparente unanimidad por la decisión de culpabilidad del acusado. «Tendremos que hablar» es lo que les dice el jurado nº 8. Un resumen de esa escena en la que les explica al resto de integrantes el porqué van a tener que analizar más detalladamente el caso sería algo así: no digo que no sea culpable, sino que no lo sé. Solo sé que no sé nada, y quiero que hablemos sobre ello. Tengo una duda razonable y quiero tomarme en serio la decisión cívica que tenemos entre manos, enviar a la silla eléctrica a un muchacho de 18 años.
A partir de ahí, y en un ambiente cada vez más claustrofóbico, cada vez más asfixiante, se va desarrollando la trama.
Un detalle sobre el que he estado pensado de la película es que en su versión original, la película se llama 12 angry men. Angry se puede traducir como enfadado, colérico, enojado, furioso, embravecido. En otros países de habla hispana la película se tradujo como 12 hombres en pugna que bien mirado, parece que recoge mejor el espíritu del título de la versión original. ¿Por qué están enojados, por qué están en lucha? Quizás porque algo que parecía sencillo, el joven a todas luces es culpable de tan atroz delito, de repente se torna una batalla. Esa lucha unos la viven como tener la razón a toda costa y no querer caer en sofismos inútiles, otros la viven como querer distinguir entre lo real y lo falso (tal y como les compele el juez), algunos la viven desde el aburrimiento y el fastidio y desde una posición de desinterés y superficialidad. Y el asunto no entiende de medias tintas, de un «ni para ti ni para mí». No hay negociación posible, no hay mediación en cuanto al resultado. Hay una discusión dialéctica que se va creando dentro del grupo, en la que todos aportan su visión, su experiencia vital, sus prejuicios, sus ideas preconcebidas y su inteligencia. También puede que estén enfadados porque de repente, ya no sienten esa certeza en su ánimo. Dudar es angustiante, dudar puede ser realmente un asco, porque asusta, te hace sentir inseguro, te saca de tu zona de confort y no sabes si esa duda te conducirá a algún nuevo lugar más acertado. Pero es la duda lo que hace que se pueda ir más allá de lo aparente. Es la duda, tal vez, lo que nos hace realmente humanos.
Acabo de decir que no hay un término medio al que llegar, no hay una transacción posible en la decisión que han de tomar. Lo que sí se planta en ellos conforme se va desplegando la película es el germen de la duda, una duda que surge cuando alguna contradicción de los supuestos hechos probados se refleja ante ellos como un espejo, iluminándolos hacía la duda de sus propios presupuestos. Cada uno hace su propio camino para pensar de manera diferente: la verdad de la duda a cada uno se le aparece dependiendo de quién es de manera particular, de su propia forma de entender el mundo y entenderse a sí mismo. Y es a través de esa verdad de la duda, que se plantea como una lucha y que es molesta e incómoda, como pueden llegar unánimemente a tomar una decisión más justa.
12 hombres sin piedad es una película clásica que cualquier amante del cine disfrutará. No solo Henry Fonda está soberbio, todo el elenco de actores es fantástico, porque en una película tan coral como esta no podría funcionar si no fuera por ese trabajo conjunto, como el trabajo conjunto que hacen como jurado. Y el guión es redondo, no da puntada sin hilo. Para los profesionales del derecho es una visita obligada, recomendación habitual en nuestros estudios. Pero para cualquier persona a la que le interese cómo funciona un grupo, como funciona nuestra percepción y nuestro raciocinio y el porqué pensamos y opinamos cómo lo hacemos le va a encantar. Un ejemplo de cómo un conflicto abierto en un grupo, a través del poder de las palabras se traspasa para llegar a un mejor lugar. Aquellos que sabéis más que nosotros de justicia restaurativa también podrías aportar un punto de vista interesantísimo sobre la película.
Espero que la disfrutéis, eso sí con aire acondicionado. Os paso el link:
https://gloria.tv/video/H9d46erhcgRY6a9N7tpyEe3fJ
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